Nuestra amiga y socia honoraria de la Biblioteca ha escrito esta crónica de la exposición, la que compartimos con todos nuestros amigos.
En la casa que perteneció al Dr. Bartolomé J. Ronco, y como no podía ser de otro modo, se está realizando la esperada exposición del magnífico legado de la colección del Martín Fierro, tan valiosa –o quizá más, para nosotros – como la Cervantina.
Al entrar en la casona nos reciben los amplios ambientes habilitados para este fin. Se van recuperando las habitaciones del edificio tan necesarias para las diferentes actividades que se desarrollan allí.
En la primera de las salas encontramos el contexto histórico. Aquí se describe, en grandes paneles de color rojo, la situación de nuestro país posterior a la batalla de Caseros, lo social y lo político, con la lógica repercusión en los ciudadanos de aquella nación que surgía a la vida constitucional.
Fierro, lo mismo que Hernández, son producto de los vaivenes del momento, y de ello dan noticias los escritos que resaltan sobre el rojo del panel, acompañados de citas del mismo Dr. Ronco sobre esos temas. Asimismo en las vitrinas que completan esta forma novedosa y didáctica de informar, se van exhibiendo los ejemplares atesorados por don Bartolo, acorde con la temática de que se trata.
En la segunda de las salas se pasa del contexto histórico al literario. Y en ella encontramos el problema del género. ¿Es Martín Fierro un ensayo como lo considera Lugones en “El Payador”, y su héroe semejante al de los poemas griegos? ¿O es una novela en verso como cree Jorge Luis Borges?. Esto habla de la gran libertad expresiva del autor, que no se encasilla en una categoría determinada.
Otro aspecto interesante es la lengua en el Martín Fierro. En el poema encontramos voces españolas arcaicas y voces indígenas. Ejemplos de estos vocablos hallamos aún hoy en el vocabulario de nuestra gente “de campo”. Además, el ritmo de canto o copla que usa el octosílabo que surge naturalmente, como surgía en boca de los cantores de gesta y del romancero español.
En la tercera sala encontramos todo lo referente a la iconografía. Cuando se imprimió la primera edición, Hernández se ocupó de que llevara ilustraciones, cosa inusual en la época. Las primeras fueron realizadas por Carlos Clérice. Luego otras reediciones llevaron la firma de distintos autores, y es hacia la época de 1920 que el poema se afianza definitivamente en el mundo de las personas letradas, pues es harto conocido el hecho de que el Martín Fierro se leía en las pulperías y entre la gente de la campaña, sin ser considerada una obra de valor literario.
En el año 1928 se realiza una edición de lujo en Francia, por la Agrupación Amigos del Arte, con ilustraciones de Héctor Basaldúa, y de allí en adelante surgieron infinidad de ediciones, como por ejemplo la que lleva dibujos de Alberto Güiraldes tan apreciada seguramente por muchos de los admiradores de la obra, a la que debemos agregar la edición de 1962, con ilustraciones de Juan Carlos Castagnino.
Asimismo, los responsables de esta maravillosa exposición, la Biblioteca Ronco e Instituciones que la acompañaron, incluyeron dos obras de autores azuleños: un espléndido dibujo de Osvaldo Morúa, y un óleo de Alberto López Claro, “La Cautiva”, bellísima creación que muchos hemos admirado alguna vez.
Todo esto a lo que nos hemos referido, está acompañado por los más diversos ejemplares de la colección del Dr. Ronco, y acertadamente ambientado con una banda de sonido que reproduce el canto de las aves de la pampa, música y fragmentos del poema.
El público azuleño respondió con entusiasmo a esta inauguración, digna realmente del momento histórico que atraviesa el país.
“Martín Fierro”, la obra que nos representa ante el mundo, tuvo un primer tiempo de indiferencia y desconocimiento, hasta que mentes lúcidas y justicieras reconocieron su valor, como a la larga debe suceder.
Pero el Dr. Bartolomé J. Ronco no sólo dejó ejemplares y otros elementos, para nuestra curiosidad. También comprendió el valor y la riqueza que hay en lo que parece más sencillo y humilde. Y así reconoció en el gaucho lo que otros, aún hoy, no saben ver. Leamos sus palabras: “El gaucho, en su doble condición de héroe y civilizador, tuvo la grandeza de ser vencido por la propia obra triunfadora, desapareció resignado tras la propia hazaña y quedó, en la hora del provecho, en la fila desapercibida de los neneficiarios más humildes”.